Cuando estás triste, siempre llueve.

Llueve porque tú estás triste pequeña

viernes, 18 de mayo de 2012

Se enredaron nuestras miradas.

Frío, abrazos y besos. Así podría definirse aquella noche, en la que ni uno se olvidó del otro, ni el otro del uno. Te empeñabas en arroparme con tus brazos, en que dejara de llorar, en que simplemente estuviera contigo, te empeñabas en decirme que te encantaba mi sonrisa, que realmente sabías que era de las pocas de verdad, que era de verdad para ti. El calor de tus brazos pudo ser lo que nos impulsó a todo lo que sucedió, no se muy bien como nos estábamos fundiendo en un beso, especial, no como los demás, adoraba que me mordieras, me encantaba, quedarme abrazada a ti todo el tiempo, sin apenas dejarte respirar, que me cogieras y todo se fundiera en un nosotros, todo quedó allí, todo se quedó en unos sentimientos, en unos jóvenes enamorados. Fuimos todo lo que el uno necesitaba del otro y el otro del uno, lo fuimos todo. Estábamos nerviosos, posiblemente sentíamos más de lo que quisimos o necesitamos, posiblemente estuviésemos más el uno con el otro y el otro con el uno, más de lo que nadie pudiera llegar a imaginar, llegamos a pensar en un para Siempre, en un Te quiero cada mañana, en despertarnos juntos, abrazados, sin poder separarnos, y en un beso Eterno. No necesitaba nada, si no eras tú, no quiero que otro me calmara de temblar, te quería a tí, queríamos un para Siempre con sabor a ron cada mañana, y una Eternidad con sabor a te amo cada noche, después de haber echo el amor como posesos y no despegarnos ni un segundo, lo queríamos todo, JUNTOS.